“Y yo te pregunto el
porqué y tú me respondes con un silencio seco, largo y eterno: uno atemporal sin principio ni
fin. Luego bajas la cabeza y prendes tu cigarro, inhalas el humo con fuerza
queriendo absorber hasta el último gramo de nicotina y das media vuelta; y es
justo en ese momento, al observar tu silueta de espaldas alejándose de mi hacia
la puerta, cuando me doy cuenta que no eres más que un extraño, y yo,
probablemente una intrusa habitando un espacio que no me pertenece; y me siento
aliviada por haber descubierto al fin la verdad.”
Paula cerró el libro que por azar había encontrado en el
banco del parque donde se hallaba, y quedo pensativa durante unos minutos.
Concluyó que eso no iba a pasarle a ella: porque tenía dieciocho años, una vida por delante y una gran historia
de amor recién empezada que por supuesto, no tendría ese final. Incapaz de
imaginar ninguno, creía con todas sus fuerzas que la suya seria eterna; y eso
era una verdad absoluta, la verdad que conlleva la irreverencia de la juventud. Paula observo con complicidad a la pareja que tenia enfrente. Pedro y Laura, iban paseando agarrados de la mano. Se reían y
disfrutaban del poco tiempo que podían pasar juntos sintiendo aquellas horas
como las únicas que daban sentido a sus vidas; porque después, Laura volvería
con su marido y Pedro con su mujer. Seguirían hipócritamente atados a su hastío,
escucharían las quejas de sus conyugues y los reproches diarios tan presentes
en las relaciones que agonizan sin que nadie se atreva a darles el golpe de
gracia final; y se refugiarían en la crianza de sus hijos soñando en el próximo
encuentro: el que por unas horas, les haría creer que era posible vivir otra
realidad menos triste y sombría.
Y en ese mismo
instante, en la otra punta del parque, Rufián, un Bulldog francés gordo y
feliz, orinaba placidamente.