Es importante no olvidar, que quizás nos encontremos ante
uno de los actos rutinarios más importantes del día: de ello dependerán las
siguientes siete, ocho, o diez horas; el descanso de mente y cuerpo y el
humor del despertar matutino.
Póngase frente al lecho y siéntese suavemente sobre este.
Acaricie las sabanas, deje que sus manos se deslicen placenteramente sobre la
tela. Retire la ropa con delicadeza e introdúzcase en la cama lentamente. Ahora
no piense en nada, permita a su cuerpo
acomodarse plácidamente al colchón. Si por un momento, intenta
interponerse entre usted y el santuario alguna que otra malintencionada
sensación de angustia (piense que estas últimas son tan humanas como el propio
cuerpo) omítala; déjele bien claro que
esta es una relación de dos y que los tríos no tiene cabida alguna. Usted y su
cama comparten desde hace mucho una concomitancia monógama: esto la persuadirá
y la alejará pronto del escenario deleitoso en el que usted se hallaba.
Llegados a este punto, piense que postura adoptar ante el
inminente encuentro con Morfeo: la supina, la contraída, boca abajo, la libre
(consta de una mezcla de las tres anteriores) o la enroscada; esta se hará en
complicidad con las sábanas. Una vez la decisión haya sido tomada, sienta el
pesar de sus párpados. Es bueno en el caso de las mujeres
haberse desmaquillado previamente pues podría entorpecer la lánguida caída de ojos
requerida en este momento.
Ahora, solo
entréguese apasionadamente al placer de la dormidera y si después de haber
seguido el manual no consigue el efecto deseado, no sufra: le recomiendo acercarse al dispensario más cercano, seguro que el doctor tendrá a bien recetarle alguna que otra
píldora más eficaz que mis consejos.
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