Te creé bajo
la sombra de la desesperación. Intentaba no hundirme en medio de las tormentas
que me acechaban y buscando un salvavidas, te encontré. Debería pedirte perdón
por haberte usado sin tu consentimiento, pero pensé: es ridículo pedir
disculpas al que se desconoce víctima. Te pido por favor, leas con atención la
siguiente carta: entenderás de que estoy hablando.
Rápidamente
te incorporaste a mi vida. Hacerte e imaginarte se convirtió en algo
deleitable. Mi cotidianeidad, aunque buscada, se había vuelto tediosa y
decepcionante. Tú, eras el único capaz de alejarme de todo. Sentirte en mi, era
lo que más deseaba en este mundo. Confesarte mis miserias, escuchar tus
respuestas sarcásticas y ver esa irónica sonrisa dibujada en tus labios, no solo
me reconfortaba: me devolvía el hálito de vida perdido tiempo atrás. Sin
palabras ni malentendidos, la tuya, se convirtió en la relación perfecta.
Si me
llegaban noticias de ti, al real me refiero, no les prestaba atención alguna.
Ese no era el que me acompañaba: incluso admitiendo que físicamente erais
igualitos, no me interesabas lo más mínimo. Mi creación, te superaba en todo.
Tu otro,
llevaba el mismo nombre que tú pero en diminutivo. Me gustaba decirlo
repetidamente. Dejaba en mi boca un sabor que perduraba más allá del instante
de la pronunciación.
En lo
referente a tu personalidad, obviamente, te hice a mí antojo. De nada carecías
y en nada fallabas: eras el compañero de vida perfecto.
Muchas
noches, despertaba adueñada por una angustiosa ansiedad y en esos momentos,
solo tu voz me relajaba. Escuchaba tus susurros que provocaban en mí una
sensación parecida al orgasmo y eso hacía que amaneciera exultante. Luego,
preparaba dos cafés: uno doble para ti (había decidido que era tu estimulante
preferido) y otro sencillo para mí; los saboreaba y me iba feliz al trabajo.
Pero la
realidad se impuso una vez más.
Un día quise
leer uno de tus artículos en el diario. Pensé "no hará que mi sueño se
desvanezca, yo sé quien es quien". Otro día busque alguno de tus libros y
lo leí. Otro asistí a una de tus conferencias. Otro me colé en una de tus
clases; hasta me atreví a mandarte algún que otro correo. En fin, mi imaginario
fue muriéndose poco a poco y no sin angustia. A veces, creía oír su voz diciéndome:
No me abandones, déjalo, él no es real, lo único real somos tú y yo. Pero ya
era demasiado tarde. Abandoné a mi pobre creación igual que el niño abandona al
juguete que tanto deseó.
Te escribo
esta carta porque tu otro yo, desapareció llevándose hasta último de mis
sueños. Quería pedirte que si en algún punto de tu mente puedes conectarte con
él, le digas que vuelva o que se ponga en contacto conmigo: definitivamente, tú
no me sirves.
Gracias por
tu tiempo. Y disculpa ahora sí, por la intrusión.
Atentamente:
Yo, tu
íntima desconocida.