viernes, 10 de agosto de 2012

El silencio de las rosas blancas





Los dos entraron por puertas distintas, tomaron su silla y se sentaron de lado, ni de frente ni de espaladas, de lado, justo para que sus brazos sintieran el calor de sus cuerpos y sus manos se acariciaran. Estaban solos en medio de esa inmensa sala ovalada. Delante, un gran ventanal que dejaba entrar la luz diáfana del día .Nada más, ellos y dos sillas era todo lo que había en aquel lugar.
Impregnaba el ambiente un gran silencio, ese que se vuelve denso y que muchas veces significa más que cualquier palabra. Sus ropas de blanco inmaculado empezaron a difuminarse hasta tornarse casi invisibles, dejando vislumbrar los cuerpos ya vetustos de los amantes mientras una suave fragancia de azahar inundaba la estancia. Ellos no habían cruzado mirada alguna, sólo necesitaban sentirse uno junto al otro para estar en paz; se habían reconocido infinidad de veces antaño, ahora el solo roce de sus manos les valía para saber que formaban su dos, su maravilloso y singular dos.
Una leve brisa abrió la ventana de par en par dejando entrar un sonido musical apenas perceptible al oído sí no hubiera sido por el silencio que reinaba en la sala. Lo reconocieron al instante, era el concierto n. 5 para piano y orquesta de Beethoven. Sus ropas habían desaparecido por completo. Desnudos y con la música en aumento dejaron las sillas, se miraron a los ojos y se besaron, se besaron con una pasión tierna y dulce, sin prisas ni atropellos, se abrazaron y sintieron como se fundían el uno en el otro, muy despacio, muy despacio, muy despacio...

-No corras tan deprisa que no te alcanzo-Le dijo Violeta a su hija mientras la seguía campo a través. Pronto observaron frente a ellas lo que parecía una pequeña casa ovalada con una inmenso ventanal abierto de par en par .La niña no lo pensó dos veces y entró. Salió con dos hermosas rosas blancas en la mano.

-Son ellos mamá. Toma, para ti.

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