viernes, 5 de octubre de 2012

Zurich





Sentado en la terraza de mi bar preferido, me propuse pasar el rato haciendo lo que más me gustaba, observar a la gente. Imaginar e intuir, saber sin que te sepan, nada más emocionante para agudizar la mente de un cazador nato como yo.
Son incontables los placeres que me provocan todas esas mujeres floreciendo al paso de la primavera. Ninguna tiene desperdicio, soy de los que siempre han creído que en cada curva femenina se esconde algo bello, todas esas féminas son poseedoras de cosas apetecibles

-¿Desea tomar algo? Un poco pronto para lo etílico, pensé. Café solo, por favor.

Así transcurría tranquila la mañana cuando algo me incomodó e hizo que volviera la cabeza. No fue un acto reflejo, me sentía observado. Y allí estaba ella. La reconocí al instante. Habían pasado más de veinte años pero a mí, apenas me parecieron unos segundos. Recordé su silueta dirigiéndose hacia la puerta de mi apartamento de entonces, y la sensación amarga del que sabe que ya nunca más volverá a ser dueño de esa mujer. Me sonrió; había tristeza en su mirada; se veía cansada y sin embargo no había perdido ni un ápice de su frescura." Donde pone el ojo pone la bala", recordé esa frase y sonreí. Hice el ademán de levantarme para darle dos besos pero ella movió la cabeza. Se puso en pie y se perdió caminando entre la gente.
Cuando quise seguir sus pasos, quedé envuelto dentro de una espesa neblina. Me faltaba el aire, no podía respirar. Ella había desaparecido. En realidad todo había desaparecido. Intenté gritar y no pude. Me invadió el pánico y... desperté empapado de sudor en mi cama. Un sueño, todo había sido un sueño.
Mi mujer llamó a la puerta.

-   Acaba de llegar una carta para ti de una tal " pistolita ".

- " Donde pone el ojo pone la bala”. Solté una enorme carcajada. Ese día supe que volvería a verla.

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